sábado, 27 de noviembre de 2010

PRIMERO LOS NIÑOS, AHORA LOS ABUELOS

Esta mañana me he encontrado un extraordinario artículo titulado Abuelito, van a por ti. Solicitado el correpondiente permiso a su autor, lo reproduzco a continuación: ABUELITO, VAN POR TÍ La cultura de la muerte es insaciable. Cuando se mide sólo por el bienestar y la salud, la vida humana “no vale un pimiento”. Cuando el ser humano es sólo considerado como un animalito al que se le contenta con “pan y circo”, como hacían los emperadores romanos con la plebe, hay licencia - y la misma plebe la aceptará - para acabar con los individuos si éstos resultan inútiles o molestos para el bienestar de unos pocos. Primero, los más inocentes, los que no se pueden defender en manera alguna, los niños en el vientre materno. Para la cultura de la muerte no son personas, son objetos no deseados que han resultado de lo único deseado y valorado hoy por el hombre convertido en mera máquina sexual. Primero, matamos a los niños. Ahora, siguiendo una misma lógica, más. ¡A por los abuelitos y los enfermos! Bajo capa de bien y de compasión, tratando de ocultar la cruda realidad, que no es otra que la de acabar con ellos, porque ya no aportan nada y cuestan mucho. Vamos a darles una muerte digna, por decreto ley. Muerte digna. Digna de respeto absoluto es la persona humana, esté sana o esté enferma, sea joven o mayor, esté en el seno materno o en la cama del hospital. La vida es lo que es digna de ser respetada siempre. No hay vida indigna. El sufrimiento no quita dignidad alguna a la vida humana, antes bien, dignifica más aún una vida, pues digno significa merecedor de algo y, si algo merecen estas personas es amor y cuidado atento. La muerte digna es la que llega naturalmente, no cuando alguien te la provoca. Ley de muerte digna será, tarde o temprano, sinónimo de eutanasia; no nos engañemos, o mejor, no nos dejemos engañar. No aportan nada los abuelitos, eliminémoslos o convenzámosles de que ellos mismos elijan lo que ya les estamos presentando como lo más digno. Eso sí que es indigno, e indignante. Y hacia eso vamos con este proyecto de ley. La Iglesia, es la que más sabe de sufrimiento y de atención de las personas que sufren. ¿Va a dar el gobernante desde su despacho lecciones sobre el sufrimiento y la enfermedad a una monja que pasa día y noche cuidando a enfermos terminales, tanto en el tercer mundo como en el primero? Esta Iglesia, maestra de la vida, experta en humanidad, no se opone en ningún momento a los cuidados paliativos, pero condena tanto el llamado “encarnizamiento terapéutico”, es decir, el prolongar artificialmente una vida y no dejar que la muerte llegue por su vía natural, como el eliminar directamente la vida humana o indirectamente dejando de suministrarle el alimento necesario. Una cosa son los cuidados paliativos y otra propiciar la muerte. Sólo cuando se respeta la vida, la muerte resulta digna; no la hacemos digna nosotros, no la hace digna ninguna ley. Siempre será injusta toda ley por la que se impida a unos venir a este mundo y a otros echarlos de él. La vida está sólo en manos de Dios. Pero el hombre quiere ser como Dios y he aquí el ejemplo más claro: quiere tener el dominio sobre la vida. Enlace de procedencia: http://www.intereconomia.com/blog/barca-pedro/abuelito-van-ti Publicado, con permiso de su autor.

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