“La sombra de los abuelos es alargada”.
Reconozco que nunca me ha gustado la palabra “abuelo”. Tal vez porque a mí no me han contado cuentos, ni me han sacado de paseo, tampoco me han llevado a ver la tarasca ni me han comprado un globo en los días del Corpus.
Claro, conviene aclarar que no he tenido abuelos. Mejor dicho, tener si he tenido, pero ni yo he podido disfrutar de ellos ni ellos conmigo. Uno, me contaban que lo mataron en la guerra y el otro murió cuando yo solo tenía con cinco años de edad y lo único que recuerdo de él, es que hacía unas migas de harina de maíz riquísimas. De este hace ya 60 años. Este es el tiempo que hace que no he vuelto a comer migas de harina de maíz.
Ahora, por naturaleza me he convertido en abuelo. Y además jubilado. Como decían en mi pueblo: “si no quieres caldo, toma tres tazas”.
Por eso, yo ahora, aprovecho cualquier ocasión para enterarme del papel de los abuelos. Y analizo si yo estoy preparado para ello.
Porque, dicen “que los abuelos destilan sabiduría, comprensión, firmeza, autoridad moral y ternura”. De ninguna de estas cualidades creo estar dotado. Y lo de que “la sombra de los abuelos es alargada” veré a que se refiere, porque mi sombra cuando la veo delante de mí, ni al amanecer ni al anochecer la veo alargada, más bien me recuerda al famoso “Michelín”. Porque ya verán con menos de 1.60 y 90 kilos, la sombra se ensancha pero no se alarga.
Y por lo que veo por la calle y me cuentan algunos amigos, el único papel que desarrollan hoy día los abuelos, es pasear a los nietos en carrito, porque los papás trabajan. Y ya no les cuentan cuentos, se limitan a enchufar la play, ponerles un video o un DVD.
Así que no se si estaré cualificado para esa misión, entre otras cosas porque los carritos de hoy llevan amortiguación, dirección flotante y frenos de disco y no se si sabré conducirlos. Y además el bebé, va mirando hacia adelante, con lo cual ni se ven sus sonrisas ni te enteras si va llorando a no ser que te cruces con algún conocido y te diga como regañándote: “que el niño va llorando”. Y ni siquiera tienes que ponerle el chupete, porque los niños de hoy aprenden a ponerse ellos solitos el chupete en la cuarentena. Y lo de la play o el DVD se me daría fatal, porque no me gustan los juegos y la tele solo la pongo para ver los telediarios y no todos.
He leído que según los expertos, la presencia de los abuelos en el hogar era un regalo para los niños. Pero ¿en qué hogar? Porque antes los abuelos vivían en el mismo hogar con los hijos y los nietos, pero hoy día no es así. Los abuelos, -al menos en mi caso-, tenemos un pisito donde en un dormitorio dormían los cuatro hijos distribuidos en dos literas de dos plazas cada una. Por tanto en mi piso creo que no caben. Ni creo que los padres los dejen porque de noche es el único tiempo que tienen para disfrutar de ellos. Y los nietos tampoco creo que quisieran venir porque en su casa tienen cada uno su habitación personalizada con video-juegos, consola y no se cuantas cosas más.
Pero es que además, en su casa tampoco veo una habitación que diga “Abuelo” o “Abuela”. Así que abuelo, solo de día y como el comercio: en horario laboral.
Dicho esto me tengo que plantear la cuestión por otra parte. Yo me acuerdo que Víctor Manuel, el cantante ese asturiano decía que, “su abuelo fue picador allá en la mina y arrancando negro carbón quemó su vida”. Pues yo, aunque no he picado en la mina, pero he dejado picadas muchas sillas y sillones 8, 10 y 12 horas diariamente en la oficina durante más de 45 años.
Y debo decir la verdad, no puedo estar dos días seguidos sin ver a mis nietos. Así que me voy a plantear lo siguiente, aunque sea un abuelo un podo diferente:
Voy a aprender a conducir el carrito y si puedo le daré la vuelta a la silla para ir viendo al niño y que el niño me vea a mí. Me daré paseos por los parques que encuentre y en el Corpus le compraré un globo de los más grandes que haya. Me pondré a ratos en mi sillón y lo sentaré en mis brazos, y le contaré cuentos, empezando por Heidi y la historia de su abuelito. Y a partir de ahí, trataré de desconectar la televisión, sin que me vean (porque son muy agudos), y les diré que no funciona. Y así podré contarles otros muchos cuentos que a mí no me contaron, pero que yo leí y me aprendí de memoria: Empezaré con Pulgarcito, Garbancito, Blancanieves con sus siete enanitos, el sastrecillo valiente, bueno y si viene al caso, hasta la historia bíblica de José vendido por sus hermanos al rey Faraón, como se lo contaba a mis hijos y se quedaban boquiabiertos (todavía se acuerdan de aquellas historietas mías). Y de esta manera si me acostumbraré a que me llamen abuelo. Además comprenderé eso que decía al principio de que la sombra de los abuelos es alargada. Alargada porque nos alargamos lo que haga falta, aún con dolor en todo esqueleto paseamos y mientras los paseamos nos olvidamos del dolor y después al llegar a la casa la dosis de pastillas para la artrosis y el reuma. En lo referente a que podemos demostrar nuestra sabiduría, pues sí; la que nos ha enseñado la vida. La comprensión y la firmeza hasta donde podamos. Y lo de la autoridad moral y ternura: como “abuelo”, con eso queda dicho todo.
Dicho lo dicho, pues sí. Soy abuelo. Tengo la sombra alargada y se me cae la baba. ¿Qué? Y a esperar que sigan viniendo más nietos, muchos nietos para reunirlos junto a mí y me mostraré contento de ser abuelo, como el piyayo.
Hey Papá, vaya panzá blogs que te has hecho... con uno bastaba. Vaya articulazo de los abuelos. ¡Pero si estás hecho un chaval! Ya hubiera querido alguno de tus abuelos irse al gimnasio, tus abuelos dirían que estaban muy trabajados. DISFRUTA LA VIDA. Un beso.
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