martes, 4 de agosto de 2009

EN LAS PIQUERAS

RECUERDOS DESDE LAS PIQUERAS
La noche del pasado día 1, del sábado al domingo, -¡qué casualidad!-, aparqué mi coche en "las piqueras". A 20 metros de distancia de la puerta de entrada de la casa donde nací. En esa casa que aparece en la fotografía a la izquierda.
¿Quién lo iba a pensar? Y por eso recordé que por aquellas fechas, -finales de los 40 y principio de los 50-, que en ese mismo punto, en ese mismo sitio y justo en ese trozo de calle de solo unos 15 o 20 metros que unen las piqueras con la calle Madrid, ahí, 60 años después, -¿quién iba a pensarlo en aquellos años?-, que ahi a ese mismo punto, iba a llegar yo a aparcar mi coche. Y además acompañado de mi inseparable Eli, mi adorable y entrañable mujer. La madre de mis cuatro hijos.
Y así ocurrió. 60 años después de aquella década de los 40.
Y nos fuimos hasta la plaza, a la verbena. Y yo iba recordando y mientras bailaba pasodobles, tangos y algo más. Y por mi mente iba pasando una película y recordaba las veces que recorrí este mismo sitio para ir a la escuela y a la plaza a jugar al lado de aquel inmenso árbol que había junto a las escalerillas de acceso a la plaza.
Por allí pasaba muchas veces todos los días para ir a casa de mi Mama Aurora. Y para ir a ver a mi tita Aurelia y al tito Rogelio, el que a la hora del regreso de las cabras al atardecer me ponía debajo de las ubres de su cabra y tenía un acierto especial para dirigir el chorro de leche para que entrara directamente en mi boca.
Y de paso llegaba a casa del tito Miguel y del tito Rafael y las correspondientes titas Matilde.
Y me quedaba en el túnel con Pepe el Canario, jugando con el coche que su hermano Emilio nos hizo con una lata de atún ovalada, dos carretes vacíos de hilo y un alambre.
Todos esos recuerdos y muchos más, pasaron por mi mente. Y cuando terminamos el baile nos fuimos a la caseta de Miguel el churreo a tomarnos los churros y el chocolate, muy cerca ya de las 5 de la madrugada. Y seguían los recuerdos que le conté a mi mujer, que pacientemente me escuchaba.
Y también recordé que en ese punto, nos caímos. Me caí yo y arrastré a mi madre hasta el suelo. Era una noche oscura. No había alumbrado y este lugar como el resto del pueblo era de tierra y piedras. Y subíamos al cruce junto al bar de "Joseillo" para ver una procesión, pero cuando me caí le pedí a mi madre volver a la casa. Ella intentaba convencerme de que ya no nos caeríamos más. Pero yo insistía y nunca me perdonaré, que dejé a mi madre sin ver aquella procesión.

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