domingo, 15 de febrero de 2015

Y ME BENDIJO A MI MARE

Profecía de Rafael de León

«Y me bendijo a mi mare;
y me bendijo a mi mare.

Diez séntimos le di a un pobre y me bendijo a mi mare.
¡Ay! qué limosna tan chiquita, qué recompensa tan grande.
¡Qué limosna tan chiquita, qué recompensa tan grande!»

¿A dónde vas tan deprisa sin desirme ni ¡con Diós?
Me puedes mirá de frente, que estoy enterao de tó.
Me lo contaron ayer las lenguas de doble filo,
que te casaste hase un mé y me quedé tan tranquilo.
Otro cualquiera en mi caso, se hubiera echao a llorá,
yo, crusándome de brasos dije que me daba iguá.
Y ná de pegarme un tiro ni liarme a mardisiones
ni apedrear con suspiros los vidrios de tus barcones.
¿Que t'has casao? ¡Buena suerte! Vive sien años contenta
y a la hora de la muerte, Dios no te lo tenga en cuenta.
Que si al pie de los artares mi nombre se te borró,
por la gloria de mi mare que no te guardo rencor.
Porque sin sé tu marío, ni tu novio, ni tu amante,
yo fui quien más t'ha querío, con eso tengo bastante.

* * *
—¿Qué tiene er niño, Malena? Anda como trastornao,
tié la carilla de pena y el colorsillo quebrao.
Y ya no juega a la tropa, ni tira piedras al río,
ni se destrosa la ropa subiéndose a coger níos.
¿No te parese a ti extraño?, ¿no ves una cosa rara
que un chaval de dose años lleve tan triste la cara?
Mira que soy perro viejo y estás demasiao tranquila.
¿Quieres que te dé un consejo? Vigilia, mujé, ¡vigila!

Y fueron dos sentinela los ojitos de mi mare.
—Cuando sale de la escuela se va pa los olivare.
—Y ¿qué busca allí? —Una niña, tendrá el mismo tiempo que él.
José Migué, no le riñas, que está empesando a queré.

Mi pare ensendió un pitillo, se enteró bien de tu nombre,
te regaló unos sarsillos y a mí un pantalón de hombre.
Yo no te dije «te adoro» pero amarré en tu barcón
mi laso de seda y oro de primera comunión.
Y tú, fina y orgullosa, me ofresiste en recompensa
dos sintas color de rosa que engalanaban tus trensas.

—Voy a misa con mis primos. —Bueno, te veré en la hermita.
Y qué serios nos pusimos al darte el agua bendita.
Mas luego en el campanario, cuando rompimos a hablar:
—Dise mi tita Rosario que la sigüeña es sagrá,
y el colorín, y la fuente, y las flores, y el rosío,
y aquel torito valiente que está bebiendo en el río;
y el bronse de esta campana, y el romero de los montes,
y aquella línea lejana que la llaman... ¡horisonte!

¡Todo es sagrao: tierra y sielo porque así lo quiso Dió!
¿Qué te gusta más? —Tu pelo.
¡Qué bonito me salió!
—Pues, ¿y tu boca, y tus brasos, y tus manos reonditas,
y tus pies fingiendo el paso de las palomas suritas?
Con la puresa de un copo de nieve te comparé;
te revestí de piropos de la cabesa a los pié.

A la vuerta te hise un ramo de pitiminí, presioso
y a luego nos retratamos en las agüitas de un poso.
Y hablando de estas pamplinas que inventan las criaturas,
llegamos hasta tu esquina cogíos por la sintura.

Yo te pregunté: —¿En qué piensas? Tú dijiste: —En darte un beso.
Y yo sentí una vergüensa que me caló hasta los huesos.

De noche, muertos de luna, nos vimos por la ventana.
—¡Chssss! Mi hermaniyo está en la cuna, le estoy cantando la nana.

«Quítate de la esquina, chiquillo loco,
que mi mare no quiere ni yo tampoco».

Y mientras que tú cantabas yo, inosente me pensé
que nos casaba la luna como a marío y mujé.

¡Pamplinas!
¡Figuraciones que se inventan los chavales!
Después la vida se impone:tanto tienes, tanto vales;

Por eso, yo al enterarme que llevas un mes casá,
no dije que iba a matarme, sino que me daba iguá.

Mas como es rico tu dueño, te vendo esta profesía:
tú, por la noche, entre sueños soñarás que me querías,
y recordarás la tarde que mi boca te besó
y te llamarás «¡cobarde!» como te lo llamo yo.
Y verás, sueña que sueña, que me morí siendo chico
y se llevó la sigüeña mi corasón en su pico.

Pensarás: «no es sierto ná, yo sé que lo estoy soñando»;
pero allá en la madrugá te despertarás llorando,
por el que no es tu marío, ni tu novio, ni tu amante,
sino el que más te ha querío. con eso tengo bastante.


Por lo demás, tó se orvía. Verás cómo Dios te manda
un hijo como una estrella;
avísame de seguía, me servirá de alegría
cantarle la nana aquella:

«Quítate de la esquina, chiquillo loco,
que mi mare no quiere ni yo tampoco».

Pensarás: «no es sierto ná, yo sé que lo estoy soñando».
Pero allá en la madrugá te despertarás llorando.

Porque sin sé tu marío, ni tu novio, ni tu amante,
yo soy... quien más t'ha querío...
¡Con eso tengo bastante!

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